Es muy corriente presenciar
escenas en las que se les dice a los niños, a veces con mucha rudeza, lo que
han de hacer. Y siempre es por su bien, nos justificamos. No pensamos que están
aprendiendo a ser, que necesitan modelos y no órdenes, la mayoría de las veces
incomprensibles e injustas, fruto de nuestro propio fracaso. Y en éste estado
pretendemos que “aprendan”. La educación es algo muy sutil que va calando y
recreando formas nuevas donde antes solo había candidez e ingenuidad, ese
estado creativo con el que nacemos y que vendemos por el camino a cambio de una
muestra de amor duradera, la que sea. Lo malo es que nunca es suficiente. Ya
hemos dicho en otras entradas de la importancia de amar y ser amado, es la
única forma de crecer como seres y llegar hasta el final con una sonrisa en los
labios y lúcida esperanza.
Y todo esto viene a cuento del
cuento que os pegamos a continuación. Es de Anthony de Mello, de su libro “La
oración de la rana”.
“Al darse cuenta de que su padre
se estaba haciendo viejo, el hijo de un ladrón le pidió:
- Padre, enséñame tu
oficio, para que, cuando te retires, pueda yo seguir la tradición de la
familia.
El padre no dijo ni palabra, pero aquella noche se llevó al muchacho
consigo para asaltar una casa. Una vez dentro, abrió un gran armario y ordenó a
su hijo que averiguara lo que había dentro. Apenas el muchacho se había
introducido en el armario, el padre cerró violentamente la puerta y dio vuelta
a la llave, haciendo tanto ruido que logró despertar a toda la casa. A
continuación, se largó tranquilamente.
En el interior del armario, el muchacho estaba aterrorizado,
enojadísimo y preguntándose cómo iba a arreglárselas para escapar. Entonces
tuvo una idea: comenzó a maullar como un gato; con lo cual, un criado encendió
una vela y abrió el armario para dejar salir al gato. En cuanto se abrió la
puerta, el muchacho saltó afuera y todo el mundo se fue tras él.
Al topar con un pozo que había junto al camino, el muchacho arrojó en
él una enorme piedra y se ocultó en las sombras; al cabo de un rato logró
escabullirse, mientras sus perseguidores escudriñaban el pozo con la esperanza
de descubrir en él al ladrón.
De regreso a su casa, el muchacho se olvidó de su enfado, impaciente
como estaba por relatar su aventura. Pero su padre le dijo:
- ¿Para qué me cuentas
esa historia? Estás aquí, y eso es lo que importa. Ya has aprendido el oficio.”
Así es la educación, debe
enseñarte a vivir.
Dibujo cedido amblemente por Mónica Carretero
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