De un salto nos hemos plantado en
el mismísimo corazón del bosque de las brujas, ¿o era el de los enanitos? Da
igual, llevamos la capa de la sonrisibilidad, la nariz de payaso, jeje, nadie
nos verá.
Después de unas cuantas vueltas de tuerca, digo de caminos, o
pasillos, ¡qué lío!, nos enfrentamos a la primera prueba. Alguien con mala
pinta se dirige a nosotros con una espada puntiaguda y con dios sabe qué
intenciones; su vestimenta verde para camuflarse entre la maleza no nos va a
engañar. Nos preparamos por si acaso nos ve, que a veces falla nuestra capa.
Abro el macuto de lo inverosímil y saco una varita mágica que se la entrego a
uno de mis compañeros. No escapará, antes de que se de cuenta estará convertido
en rana, sea quien sea ese monstruo infame. Y si no funciona a la primera, pues
a la segunda, usaremos el spray pulverizador de hechizos malignos fabricado
con chistes. Nos hemos escapado por los pelos, nos ha dicho que vayamos al
peluquero antes de salir del bosque. ¡Iremos el año que viene! Seguimos con nuestra
misión de salvar a la ninfa atrapada entre los helechos del río Sinamor. Ahora
cruzamos una apestosa ciénaga de algodón, alcohol y betadine… ¡puaggg! Pero no
hay quien pueda con nuestra poción mágica para desfacer entuertos, está hecha a
base de besos y caricias en estado abrumador.
En un oscuro y remoto rincón del
bosque vemos a la ninfa. Hay que salvarla inmediatamente, antes de que se
apodere de ella el temible Maligno que siempre acecha. Lanzamos nuestra red de
posibilidades y ella se agarra a una con la fuerza de todas las ninfas del
universo. ¡Qué valiente es! Rápido, volvamos a nuestro escondite en el interior
de un cuento de hadas, allí no nos encontrarán. ¡Otra victoria más! Y no será
la última. Je, je, je…
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