miércoles, 24 de diciembre de 2014

SOY UNA NARIZ DE PAYASO

Y vivo pegada a una nariz de verdad. Mi función es sencilla. Todos los días me agarro fuerte a la nariz para no caerme y por si acaso también uso un elástico fino, que nunca se sabe y un estornudo me puede mandar a Ponferrada.



Tengo algo que no se puede medir ni pesar, es una especie de energía, un nosequé que hace que quien me vea sonría.
Cuando me adhiero a una nariz (de quien sea) se produce un cambio perceptible en el portador. Se le estiran un poco los músculos de la boca marcando una sonrisa, a veces también los de los ojos. Se le ensancha mucho el corazón, que late con más alegría e intensidad y su mente se pone al servicio de los demás. Y empieza la función con el flequillo despeinado. Yo no soy importante, pero doy importancia. No pienso (esa palabra que también sirve para nombrar la comida de animales), pero doy que pensar (hago pensar). No soy graciosa, pero hago reír. No soy guapa, pero imprimo belleza. Soy la máscara más pequeña del mundo, la bolita más admirada que existe. Todo el mundo se ríe cuando me ve y sienten que el mundo es algo mejor cuando yo aparezco. No soy presuntuosa, me gusta jugar, me gustan las personas, me gusta la vida. Ser nariz de payaso es algo grande, tan grande como la esperanza que aporta la risa.

Y así paso mi tiempo, entre risas de hospitales, teatros, campos de refugiados, escuelas, niños con dolor y sin él. Me gusta ser nariz de payaso. Coge una y póntela. Verás qué risa.

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