Decía el gran Charles Chaplin: “La vida es una obra de teatro
que no permite ensayos. Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente
cada momento de tu vida antes que el telón baje y la obra termine sin
aplausos.”
Y pensando en esta frase nos damos de frente con esa idea de
que estamos jugando al juego de la vida y crecemos jugando a los roles que la
cultura nos asigna.
Vamos al colegio donde nos dan las primeras lecciones para comportarnos y jugar a lo que no somos, a ir construyendo un personaje que nos va a acompañar toda la vida. Algunos se casan y juegan a vestirse y desnudarse, y tener hijos o adoptarlos, y montar un hogar. También se comprometen con un trabajo que creen que les gusta mucho, y es que les gusta de verdad, o a lo mejor no. Ese personaje que estamos creando con delirio de orfebre establece relaciones con otros personajes, también muy bien modelados, cada vez mejor. Jugamos a las casicas, como dicen los niños de Murcia, pero a lo grande, de verdad. ¿De verdad?
Vamos al colegio donde nos dan las primeras lecciones para comportarnos y jugar a lo que no somos, a ir construyendo un personaje que nos va a acompañar toda la vida. Algunos se casan y juegan a vestirse y desnudarse, y tener hijos o adoptarlos, y montar un hogar. También se comprometen con un trabajo que creen que les gusta mucho, y es que les gusta de verdad, o a lo mejor no. Ese personaje que estamos creando con delirio de orfebre establece relaciones con otros personajes, también muy bien modelados, cada vez mejor. Jugamos a las casicas, como dicen los niños de Murcia, pero a lo grande, de verdad. ¿De verdad?
En algún momento de ese largo caminar tropezamos con algo que
nos saca del juego, nos empuja a la cuneta del tablero y al levantarnos vemos
desde fuera el juego desplegado, las sonrisas y las lágrimas de los jugadores,
las casillas marcadas por el desaliento, otras por la risa. Y en ese fugaz
instante somos conscientes de que todo es un juego, que nada es verdad más allá
de lo que nosotros queramos que sea verdad. Nos sacudimos el desaliento y
volvemos al tablero del juego para seguir la partida, recomponer la figura y
sonreír al destino que aún nos deja jugar. Pero algo ha cambiado, en realidad
hemos despertado un poco del sueño del juego, ahora sabemos que el juego es
solo un juego y como tal una mentira, pero insistimos en vivirlo como si fuera
verdad. Y es que en ese momento es verdad.
Cuando los niños y las niñas vienen al teatro ven jugar el
juego de la vida en un escenario. Ellos ven al ogro, que aparece como la
encarnación del mal, y en ese momento es tan verdad como el aire que respiran,
pero saben, porque son muy sabios, que es un juego, que es teatro y que la vida
es otra cosa, aunque también esto. Las tribus “primitivas” hacen lo mismo
cuando representan sus mitos en un espacio liminar. Saben que lo que están
recreando es una ficción creada por sus ancestros, pero lo viven como si fuese
la última verdad encarnada y lo repiten año tras año como forma de dar sentido
a lo irracional, que también forma parte de nuestra estructura.
Decía el gran Shakespeare: "Estamos hechos de la misma
materia que los sueños. Nuestro pequeño mundo está rodeado de sueños".
Y cuando despertamos y somos conscientes de que todo es un
sueño, un juego, llega el momento de pasar al otro lado y la muerte nos hace
guardar el tablero y las piezas en el baúl del adiós.
Y en ese último vistazo que damos para cerciorarnos que no
olvidamos nada como hacemos antes de abandonar una habitación de hotel, se nos
revela la última gran certeza, la vida
iba en serio.
la vida va en serio...
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